EDITORIAL

Cuando decidí embarcarme en la noble profesión de la escritura, de antemano sabía que no sería empresa fácil, y que dependería en un principio -y quién sabe durante cuánto tiempo- de la bondad de los amigos y familiares dispuestos a darme un techo y un plato de comida para poder realizar con dignidad la vocación que tengo por las letras.
También estaba plenamente consciente de que el oficio de la escritura me acarrearía un sinnúmero de enemigos, desde políticos hasta quienes se sienten ofendidos por mis notas, quienes de vez en cuando tienen la gentileza de enviarme correos electrónicos donde detallan el procedimiento que utilizarán para cegar esta vida que tanto valoro y aprecio.
En fin, gajes del oficio.
Cuotas que uno esta dispuesto a pagar.
EL AUTOR